ELEGANCIA

Cuando vi a la mujer, morena, altísima, montada en sus tacones negros, no pude evitar admirarla. Fue un momento fugaz en el que se me quedó grabada su figura. Lucía un vestido blanco, de sastre, con un corte corto, perfectamente peinado con gel hacia un lado. Yo estaba en la caja, pendiente de los clientes que a aquella hora de la tarde eran escasos en el supermercado. La mujer llevaba, con estilo, un pequeño bolso en su brazo que desprendía unos visos perlados. Sus manos terminaban en unas uñas largas, sin exageraciones, esmaltadas al estilo francés. Miraba la sección de frutas y verduras, levantando la cabeza, con el ademán del que busca algo que no encuentra. Me dio la impresión de que estaba de compras antes de ir a una reunión importante. Yo seguía en mi trabajo y de vez en cuando daba vuelta a mirar dónde estaba. Necesitaba observar aquella belleza extraordinaria que se había presentado en mi trabajo. «¡Wellcome, Sir!», un hombre moreno entró a l...