EL NORTE DEL NORTE
De allá para acá se consumió la gente;
se desbandaron los hombres
en busca de otros “bebederos”.
Pedro Páramo. Juan Rulfo
No sé si sea posible dar una opinión general sobre los habitantes de un país sin que nadie se sienta excluido. Los matices de las costumbres se acumulan y hacen diferentes a comunidades separadas apenas por unos kilómetros.
Un territorio inmenso como México, plantea el mismo problema. No hay un mexicano típico, pero también, cuando ves y oyes uno, te das cuenta de inmediato de dónde es. Eso pasa, quizá, porque he tenido varias aproximaciones al país desde mi infancia, empezando con la abundante televisión llena de risas y lágrimas, las películas y los corridos trágicos. Luego, los viajes en que cada pueblo, cada amigo, cada historia me acercan de tal forma que siento que podría vivir allí de forma permanente.
Sin embargo, la experiencia mexicana más intensa la tuve cuando trabajé en una tienda con aire michoacano en Houston. Hice contacto con clientes de San Luis, Tamaulipas, Oaxaca y más personas de las que llegan a Estados Unidos a rebuscarse la vida. Saludé muchas veces a un muchacho despistado y con aire de rancho que en mis adentros llamaba Juan Preciado, también a una anciana que compraba chile guajillo, veladoras para la niña blanca que me dio la confianza de preguntarle qué hacía con tanto tomatillo.
Mis actividades de tendero extralimitado produjeron imágenes inquietantes. Percibí el olor de cuerpos sometidos a trabajos duros, resentidos por el esfuerzo o desfigurados por accidentes graves. Una realidad duplicada me envolvía: no estaba en México, pero estaba en él; lo que veía no era México, pero sí lo era, no es que esas personas hubieran llegado a Texas, es que luego de más de un siglo aún permanecían allí. Por esa razón registraba la venta de bolillos, frijoles y Coronas mientras caía en los albures a pesar de estar atento a ellos.
La medicina confirmó aún más las percepciones. Las preguntas por el palo azul, las pomadas de árnica y el Chupa Panza eran una apuesta provisional a algo que amenazaba con ser definitivo. Todo indicaba que ser mexicano, como los clientes de mi tienda, era estar en el destierro sin importar las décadas que se llevaran viviendo en el extranjero. Las personas estaban en un torrente continuo de trabajo que les consumía el cuerpo. Un sacrificio que hacían para que sus amados vivieran mejor en sus ciudades natales. Tenían una vida que no les permitía advertir que los ancestros están en el polvo del ambiente, ni que habitan otra región de México que no aparece en su mapa, al norte de su frontera norte.
