FRÍO VERDADERO
En la Ciudad de la Eterna Primavera la gente no sabe de bajas temperaturas, el frío lo relacionan con un pueblo encumbrado, habitado por cara’e palmadas enruanados que toman aguapanela hirviendo a gran velocidad. Los referentes son veredas de Santa Rosa de Osos, amaneceres en el Páramo de Letras, o algunos de los apacibles pueblos de Boyacá. Pero lo que se experimenta en esos lugares no son temperaturas bajas, así aparezca un pico blanco deshabitado contradiciendo la frase. Esas temperaturas existen sólo en lugares fuera del trópico, y penetran tanto en el cuerpo, que alcanzan el rincón tibio donde se hospeda el alma.
La mejor escala para medir la temperatura es la centígrada, que se basa en el comportamiento del agua, un elemento familiar, donde el cero es el punto de congelación y cien el de ebullición. En esa escala, el nivel más bajo, -273 °C, es donde la vibración de los átomos, la danza minúscula que genera la temperatura, se detiene. El promedio de temperatura del universo es cercano a ese valor, aunque tiene vastas regiones con millones de grados y, entre esos extremos, lugares como Medellín, en los que es posible leer, sostener una charla y tomar café en el ambiente de una agradable tarde. La atmósfera, como una manta invisible, reduce los cambios bruscos. En los lugares donde no hay, como la luna, un objeto iluminado puede estar a 200 °C, mientras su lado en la sombra tiene -200 °C.
No es casual que fuera en lugares donde las temperaturas alcanzan niveles muy bajos que los hombres tuvieron que afinar las medidas, sobre todo con las necesidades productivas que surgían en el siglo XVIII. En el trópico, las condiciones templadas, grandes ríos y biodiversidad palpitante, tal vez tuvieron que ver con que no preocupara el fenómeno.
Durante grandes periodos el hombre tuvo que lidiar con el hielo. En alguna parte del ADN debe estar la marca que dejó el frío extremo en nuestra especie. Dicen que la mayor parte de la existencia se dió en la tibieza de las sabanas de África, pero algo debe haber en las adaptaciones para que el hombre sea tan atrevido de levantar familia en La Patagonia o Islandia. Hacerlo en Hoyo Rico es más fácil. Siendo herederos de quienes sobrevivieron esas condiciones, gente que no detenía la marcha hacia territorios desconocidos por blanco que apareciera el horizonte, ahora se viven las consecuencias de los últimos cambios. Como el azúcar abundante de hoy propicia la diabetes, la calefacción que evita recolectar madera meses antes, somete al hombre a la depresión. Hubo un tiempo en que el esfuerzo de la previsión mantenía atenta a la mente y el sueño profundo llegaba aliviando una jornada intensa, pero ahora, las acciones se simplificaron; no es necesario desmontar la tierra, arar, cosechar, moler el grano y hornear. Y, sin embargo, es más pesado sobrellevar el entorno. Además, sin sueño, la tibieza de una sábana es un infierno.
No existe un termómetro que mida la percepción humana de la temperatura. Google da el dato de los termómetros y agrega otro aparente que se obtiene con la velocidad del viento y la humedad. Pero dos personas en una esquina, bien abrigadas, en una tarde con una brisa leve que congela las mejillas, no sienten el mismo frío, si una sostiene la mano de su pareja y la otra está sola a miles de kilómetros de su hogar.
Como el cuerpo, el espíritu sucumbe ante las bajas temperaturas. Es el ingenio técnico el que posibilita mantenerse en lugares helados, ya sea por el vestuario o por el tipo de construcciones y los equipos de las viviendas. Pero la reducción del contacto social en los inviernos, una situación que no se da en el trópico, congela el alma.
En el cuerpo, a medida que el frío se intensifica, inician las punzadas, un dolor que tortura y que, si el frío avanza, se transforma en entumecimiento, desaparece. En el frío extremo el cuerpo se adormece, el entendimiento se nubla, retrasando lo más que puede el inicio de la muerte. La danza del corazón se hace lenta hasta que, cómo los átomos, se detiene; la materia que conforma el cuerpo tibio continúa el camino de integrarse a la temperatura más representativa del universo.
