EL REMERO





¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
El Ajedrez II. J.L. Borges


   Hace unas semanas, fui por segunda vez al Museum of Fine Arts en Houston. Quería ver de nuevo la escultura de Luis Giménez, Cruzando el Río Bravo. La intensidad de esa representación de más de dos metros me perseguía. Unos pies grandes, parados en lodo y entre juncos, representan el río que marca la frontera de México con su vecino. Si sigues hacia arriba, por la ruta del blue jean arremangado y sujeto con un lazo, encuentras dos piernas poderosas que desafían las divisiones geográficas. Sobre el torso empieza lo increíble: unos brazos morenos, que pudieran estar disponibles para lidiar con las aguas, sujetan con fuerza unas rodillas entre las que está la cabeza gacha del hombre, con el rostro afectado por el esfuerzo. Sobre los hombros, va una mujer que lleva resguardado con un poncho a un bebé. Los pies de la mujer se apoyan con el empeine en la parte baja de la espalda del hombre, generando un conjunto sólido, casi como un solo individuo que se mueve por la esperanza. Al observar la escena, dejé distancia, no fuera que el hombre diera un paso y me encontrara estorbándole.

   Advertí que algunas salas tenían material nuevo. Había una instalación de sillas en varios materiales que, además de lo que sugerían con sus diseños, me recordaron lo ocurrido en el museo de Verona. El lugar era una mezcla de cuadros y esculturas que, al dar la vuelta, iba mostrando obras innovadoras de artistas europeos de principios del siglo XX. De repente me encontré ante El Remero de Picasso. La sorpresa y la reverencia me invadieron. Quedé parado unos minutos ante aquel cuadro, dejando que me llevara con las imágenes que despertaba. Los trazos oscuros y geométricos dejaban ver una figura humana, sentada con la cabeza gacha. El resto del conjunto no me permitía percibir el bote, el remo o el agua. Una línea horizontal podría insinuar un horizonte, otras oblicuas podrían ser el bote, pero la metáfora va lejos con las formas y es quien observa el que completa el cuadro, o acepta que hay un hombre que rema. Si Picasso lo imaginó así, su mano virtuosa, precisa con el trazo y los tonos, lo diluyó magistralmente.

   Guernica vino a mi mente, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me doy cuenta de que el tiempo actual es propicio: el espíritu autoritario se impuso, las tensiones entre regiones/países se intensifican, la guerra a gran escala vuelve con sus necesidades macabras.

   Un amigo me decía: “Ya fue, y más terrible.” No sé de qué hablaba en específico, pero tenía razón. Quizá se refería al último genocidio que aparece en las redes; uno más que demuestra que eliminar comunidades es una actividad colateral en el proceso antiguo de garantizar la supremacía sobre los otros. Los hombres compiten por recursos, se resisten a la influencia de otros, llegan a equilibrios inestables que dibujan líneas imaginarias en el terreno, hasta que un juguete nuevo reclama ser ensayado. Creo que el garrote de hueso, la lanza y la flecha demostraron lo bien que trabajaban, dando de baja a un desventurado que no respetó un lindero, no pagó un tributo, o se comportó demasiado independiente. También creo que no hay nada que indique que esas necesidades y ese espíritu hayan cambiado con el tiempo.

   Para el general Franco estaba la necesidad de amedrentar en Guernica a quienes se le oponían, pero para sus aliados estaba la oportunidad de ensayar los bombarderos que prometían encender el infierno desde el cielo. La muerte de cientos o miles de civiles en un pueblo indefenso, uno que, al parecer por los datos, no merecía un censo respetable sobre cuántos vivían y cuántos murieron, no era más que una prueba del éxito de su nuevo sistema de ataque aéreo.

   Es por eso que cuando me llegó la imagen de Guernica, parado como estaba ante el cuadro de Picasso, pensé en qué pueblo está siendo objeto de una narrativa para probar un sistema nuevo. No me llegó una imagen de un pueblo de cinco mil habitantes. Las escalas de hoy son muy distintas. Grandes fuerzas están siendo empujadas a un conflicto y necesitan validar la efectividad de sus equipos y métodos. El Remero arrastró mis pensamientos a un momento amargo del pintor, de reproche y pesimismo en otra pintura. Puede ser que lo que sentí sea un temor infundado y los potenciales desventurados de hoy no terminen plasmados como fragmentos en un nuevo cuadro de vanguardia, y los sobrevivientes, inmortalizados en una escultura gigante, brillante, de fibra de vidrio que decore con su colorido dolor el museo de una ciudad rica.

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