SECRETO
Pacho desapareció cuando éramos niños. Mi madre enloqueció a medida que el tiempo pasaba y mi hermano menor no volvía. La energía del corazón de mi padre no aguantó y también se fue de repente. Cincuenta años después, muy cerca de su muerte, llevé a mi madre junto a la laguna que la familia construyó, a disfrutar unos sanduches y descansar bajo un árbol corpulento. «Siento tanta paz», me dijo. Yo, que sufría siempre de un calor infernal, sabía que mi hermano abrazaba allí, tiernamente, con una sombra fresca.