LA MANO QUE CURA





Gracias a Lina por su bello libro.

Gracias Nora por dármelo a conocer.

   

   “... todo lo que va a ser ya fue, porque uno no es nada, uno es un canal por donde pasa lo que es verdad.” dicen los personajes en “La mano que cura”. 

   Para transmitir las sensaciones que evoca Lina Parra en su libro, hay que conocer el mundo de las ánimas, hay que ser bruja, haber recuperado las manos de la tierra negra que se las traga con avidez, tener una colección amplia de patas de animales fieros y saber muy bien cómo usarlas. Es probable que algún día me la cruce en una feria. No imagino cómo podré mirarla sin tratar de adivinar sus amuletos y tratar de acercarme lo suficiente para descifrar si el olor resinoso que despide su cuerpo será Yanbal o algo especial que ella misma prepara.

   Empezando a leer el texto, apareció la descripción de las moscas. Animal detestable. Me inquieté y dejé el libro a un lado. Un olor nauseabundo que se había levantado empezó a desvanecerse. El tema esotérico me apasiona. Pero tengo con él la misma relación que con la pólvora: intensa curiosidad y respeto. Conté alguna vez que llegué a conocer mil detalles sobre la mezcla del salitre con el carbón, pero mi audacia permitió, solamente, que produjera un pequeño petardo destemplado. Tengo por dentro un precavido que no se deja deslumbrar con los hallazgos preciosos de la curiosidad. Ahora puedo extender mis manos en frente de mis ojos y celebrar que tengo los dedos completos.

   Hay un cuento oscuro que vengo escribiendo hace años.  De vez en cuando lo retomo para desafiar mis tabúes.  Me estremece con las honduras a las que descienden los hombres para tratar de poner de su lado a los espíritus.  Muy pronto la escritura me fatiga, mi ser se intimida y las palabras se desvanecen.  El susurro que guía mi mente por el laberinto de la historia me abandona y termino relatando un final feliz, apresurado, en donde todo se ilumina, se despierta de una pesadilla. Es una fantasía macabra que al final no es.  Aunque me las doy de que diferencio lo  fantástico de lo real, sé que puedo vivir lo fantástico con una intensidad capaz de destrozar mis nervios.  Lo real en buena parte lo he perdido.  Siendo mi pasatiempo distorsionar los hechos propios y ajenos, la versión original de lo que me ocurre ya no existe, y son las caricaturas que he escrito las que se van imponiendo en mi mente, haciendo que una biblioteca desordenada de cuentos aparezca como la memoria de mi vida.  Soy un espécimen incrédulo que disfruta la cotidianidad de la magia.  

   Al abordar las primeras páginas de la novela de Lina, sentí que necesitaba algo antes de continuar con la lectura. Era como una forma enmascarada de miedo. Requería información adicional. De pronto, no eran suficientes las lecciones maternas de cartomancia, conocer los componentes de los baños caseros con los que se purifica la casa al recibir el año nuevo, las lecturas detalladas de la ceniza de un cigarrillo que se resiste en caer, o el taller de exorcismo dictado en el colegio por un maestro sobreactuado. El libro me exigía en sus primeras páginas que debía saber más. Fui a la biblioteca y encontré “El libro negro sobre la brujería en Colombia” de Esteban Cruz.  Recomendado. En una semana quedé listo para retomar el texto de Lina. Pero, un momento. Ahora otras imágenes me perseguían.  La mazamorra de los sábados, que prepara un señor que pasa por el vecindario, empezó a saber distinto.  La ignorancia circundante me pareció más abundante, atrevida y peligrosa de lo que pensaba.  El libro es respetuoso con el punto de vista de los testigos de los fenómenos, pero se reserva un espacio, al final de cada caso, para hacer un análisis de lo ocurrido.  Hay un tono antropológico, como forense, que trata de entender lo que late en cada historia.  Me había hecho, con el libro de Esteban, una introducción sobre las prácticas y experiencias esotéricas más sonadas en Colombia.  Me quedan en la memoria el sonido que hacen los huesos cuando son transportados en un costal.  En la serie de Netflix sobre Cien Años de Soledad, los muestran como si fuera un chiste. A veces me llega el olor putrefacto de la manteca que se obtiene con paciencia en un caldero, y que vende a muy buen precio el empleado de una funeraria.  Los sonidos de las puertas y ventanas al cerrarse con el viento ya no son lo mismo.

   Después de leer a Esteban, retomé el libro de Lina, la bruja escritora, que debe tener los ojos bien abiertos, como la Lina de su novela.  Me encanta ese juego de repetir nombres, fundir los hechos y lo imaginario hasta hacerlo indistinguible.  Sé que muchos detestan eso, pero la vida se repite tanto, que unos nombres iguales en un texto, no son mucho.  Pude sentir cómo la lectura abría, también mis ojos. El relato presenta a una negra atrevida que volvió del más allá, que conoce para qué es cada cosa.  No se pone con generalidades, sabe bien para qué es la tierra que cubre un muerto, y por qué es diferente la de la cabeza, de la de los pies. Lo describe de una forma que queda uno con la certeza de que el desconocimiento de esos detalles puede estar malogrando muchos conjuros desesperados. Los que buscan los favores de las ánimas deben leer esta novela, tomar nota del botiquín y revisar si el juego de los amuletos que tienen es adecuado.

   Nos deja Lina con curiosidad sobre las palabras virtuosas que usa para lograr sus fines. Constantemente se pronuncian generando efectos asombrosos: pasearse por en medio de la gente sin ser vista u oída, no es cualquier cosa, devolver la sangre al cuerpo… Pero, ¿cuáles fueron las frases? No debió comportarse tan egoísta la bruja.

   En medio de una atmósfera mágica, Lina deja ver una historia de amistad, de amor y de respeto. Es conmovedora la despedida de Iván. Tan atado a su apartamento y a Soledad. Tan atado a la vida. ¡Pero si esto no es más que un destello! Una limpieza potente fue necesaria para que su ánima se fuera y dejara de perturbar la vida de su familia. Ese deseo de permanecer no era posible. La muerte no es solo algo que ocurre, sino, a veces, algo sobre que encargarnos. Creo que en esto último debí usar comillas, pero las frases en el libro de Lina me invadieron y ahora no sé qué dijo ella y qué es lo que se me ocurre.

   Es conmovedor, también, la descripción de la magia como una comunión íntima con la tierra y los objetos que emergen de ella. La necesidad de apoyarse en los poderes para sobrepasar las vicisitudes de la vida, y la deuda que se acumula con el empleo de sus ventajas.

   Cuando lees el libro de Lina, lo de menos son los ritos y los elementos con los que se acompañan los eventos. Lo que pasa dentro de las personas y las transformaciones que sufren es lo importante. Te queda claro que la vida es magia y que no es tan importante el ajuar. La pata de un gallo bien bravo se puede reemplazar por la de un águila, no importa lo complejo que haya sido el procedimiento de obtención y preparación.

   "La mano que cura”, que también es la que mata, la misma mano, es un libro de reflexiones sobre nuestra fragilidad y la necesidad de emplear las cosas que tenemos para ayudarnos a salir adelante. El paseo serio por un bosque puede reconectarnos con nuestro ser, puede abrirnos los ojos y poner a nuestro servicio poderes que desconocemos. Es la magia de reconocernos tierra, de que no somos nada más.

   En particular, lo máximo que hago con las partes de una planta, en términos rituales, es prepararme una aromática.  No asumo la elaboración de un sancocho, una ensalada o un arroz thai como algo religioso.  A veces he aceptado hacer una infusión más grande y participar de un baño.  Sin embargo, no veo la hora de alejarme, ir a un bosque y sentir de nuevo la tierra negra en mis manos.  Permitir que las raíces de los seres del lugar me acaricien, y si quieren, me atrapen de una vez y me vuelvan suyo.  Preveo que a mi relato oscuro le esperan cambios importantes.  Miro a Félix, mi gato anciano que reposa en un mueble cerca de donde escribo, ahora sé que puede acompañarme muchos días más.

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