VIVIR EL MOMENTO


    Te he invitado a este lugar para contemplar el atardecer.  Para que de forma especial hagamos el rito de calmar nuestro espíritu y disponerlo para la contemplación.  Desde este mirador en Las Palmas el sol se pone en el alto de esa montaña que, como puedes ver, en línea recta no está muy lejos.  Aquí no contamos con el gigantesco prisma que va coloreando la tarde, y que se da en otros lugares; aquí anochece mucho después de que ya no podamos ver el sol; además, la gran ciudad se toma su tiempo para irse a dormir; lo que ocurre se va transformando lentamente en una actividad diurna que pasa en la noche, alentada por la blanca luminosidad de bajo costo de estos días.

   Traje sánduches que hice pensando en este momento: tienen bastante jalapeño.  Ese sabor cae muy bien con las sensaciones en este alto.  También un poco de café, con leche en polvo, como te gusta. 


   Sabes, tengo una nostalgia desde hace días.  Con todo lo que tiene este inmenso Valle de Aburrá, con todo lo que amo a Medellín, no dejo de extrañar el alto de Chipre en Manizales.  Ese lugar tiene un encanto especial que hacía que siempre encontrara una excusa para ir los fines de semana.  Recuerdo, en el monumento a los fundadores, la mujer que contaba la historia de cómo los primeros colonos llegaron a esas tierras.  Puedo verla, yo parado en la parte de atrás del grupo de turistas y ella dándose cuenta de que yo estoy de nuevo ahí, preparando otra pregunta rebuscada para incomodarla.  Su voz delicada va describiendo los elementos que conforman el bello monumento: la recua de pequeñas mulas de bronce que poco a poco los vándalos se habían ido robando, y que despertaban en mí el deseo secreto de tener una; el énfasis que la guía ponía en la utilidad cronométrica del tabaco y en cómo el taparrabos que llevaba el arriero le permitía mear sin detenerse en el camino. 


   Es muy probable que cuando estuviera en el monumento, aún persistiera en mi boca el sabor de un café que había tomado hacía un rato.  Es un sabor que pocos conocen.  Por alguna razón, en otras partes de Colombia y el mundo, una cosa amarga y quemada es lo que consumen como un buen café.  Muy cerca del monumento, en el primer piso del edificio de piedra, antes de la pandemia, existía La Casa Roble.  El ambiente se podía adivinar mucho antes de llegar porque estaban tostando unos granos en un sartén o habían invitado a algún amigo para deleitar a los clientes con su guitarra.  Cuando uno llegaba donde Valeria y Miguel, que eran unos maestros en combinar la amistad con su negocio, el espíritu y el apetito se abrían.  Yo casi siempre sabía qué pedir: un tinto, de los de acidez moderada, dentro de las opciones que te ofrecían con la inducción detallada sobre el origen y el proceso; eso sí, nunca pude apreciar las notas frutales que me aseguraban que tenía.  En medio de las sonrisas y las charlas en esa casa, aprendí de Manizales, de la gestión mezquina de su gobierno, de historias de familiares que fueron personajes importantes y de las aventuras de los amigos.


   Este café también está bueno, aunque se siente un poco frío.  Pero, nada como ese.


   ¿Recuerdas que un amigo nos habló del mejor lugar para comer obleas?  La casa al lado del local donde venden los cholaos.  Pues, lo era: las servían exactamente como las pedía; sin lo empalagoso de los negocios que querían ponerte en una oblea el surtido de una repostería, y respondiendo con paciencia a mis preguntas impertinentes que poco a poco iban haciendo amistad.  Se me hace agua la boca recordando aquel sabor.  Dirás que algo parecido se puede encontrar aquí, pero no; el sabor de una oblea crujiente con la capa precisa de arequipe artesanal no lo he encontrado en otra parte; debe ser porque fue esparcido con delicadeza por una pulcra anciana que luego me miraba fijamente buscando la confirmación del trabajo bien hecho.


    No entiendo por qué en este lugar es necesario un parlante con música a tan alto volumen.  ¿Viste que el sol se pone aquí sin mucha espectacularidad?  Verdad, a veces ocurre.  Pero, no es común. 


   Hay una experiencia que vos no recordás y es la de contemplar el paisaje caminando por la plataforma volada del tanque de agua.  Ah.  Sí lo hiciste.  Alguna vez invité a unos amigos que me visitaron y les impactó mucho.  No sé si les gustó.  Pero la experiencia de caminar por una senda metálica a una altura de treinta metros, sujeto solo por una cuerda, es intimidante.  Si logras dominar tus instintos, la vista alrededor del tanque de toda la zona donde está ubicada la ciudad es una impresión inolvidable.  Se te va la mirada desde la zona más allá de Viterbo y la Virginia, en el occidente, hasta la pendiente de los grandes volcanes en el sur oriente, y por el norte, puedes ver lo increíble que fue que unas familias llegaran a pie por esa ruta quebrada que pasa por Pácora, Salamina, Aranzazu y Neira.


   Siento que la marihuana de la pareja de al lado ya me está haciendo efecto.  Lo siento mucho por traerte aquí.  Este lugar no es como lo esperaba.


   En Chipre, lo mejor era sentarse en la banca que lo dejaba a uno de frente al atardecer.  Era literalmente estar en primera fila para presenciar un espectáculo.  Desde la cordillera central contemplas el valle del río Cauca, y muy a lo lejos, ves las montañas de la cordillera occidental.  El horizonte, aunque irregular, da la apariencia de ser infinito.  Hay una inmensa colección de colores verdes que se tornan azules con la distancia y sobre los que el sol, cuando el cielo está suficientemente despejado, forma el famoso caleidoscopio gigante que hipnotiza a los que lo observan.  A lo lejos, cuando el atardecer ha pasado, las pequeñas ciudades y pueblos se acuestan temprano, y sus luces titilan serenas en la noche en armonía con las estrellas.


   Acepto que es contradictorio que ubicado ante la grandeza que se despliega desde este alto en Las Palmas, anhele otro lugar y otro tiempo.  Quizá, por ser un espíritu ansioso, esté condenado a extrañar lo que no vivo y no tengo, y por eso el disfrute del momento presente siempre me resulte con unas gotas de amargo.  Es como si la contemplación se me diera solo después de que mi cabeza, impulsada por sentimientos misteriosos, suelta el rollo de todo lo que ha visto y vivido.  Es seguro que en el futuro, ubicado ante otros horizontes novedosos, anhele la geometría y el color azulado de esta alta montaña que interrumpe tan temprano el atardecer.


   Vámonos.  Veo personas sospechosas que están como analizando para hacer algo.

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