
Las pasiones que desataba Inés de Atienza en quienes la conocían hacen que me pregunte, ¿Cómo se describe la belleza? La narración de William Ospina sólo nos dice que era una mujer muy bella. Sabe que impulsa mecanismos misteriosos en la imaginación que hacen que ese personaje se ubique en el lugar de lo más bello. No importa lo que signifique para cada uno ese concepto. ¿De dónde viene esa impresión que, entrando por algún sentido, nos despierta la codicia o la resignada admiración? Cuando este fenómeno de lo bello se da sobre personas, más aún, cuando unas hablan sobre otras, ¿Qué es lo que ven en esos seres que tanto les llama la atención? Recuerdo hace muchos años que en algunos de mis pasos fugaces por La Ceja, en Antioquia, vi pasar la mujer más hermosa que jamás había visto. En varias ocasiones he tratado de describirla, pero se me escapan los detalles de su imagen. Por los juegos inevitables que hace la memoria, es probable que describiera más un sueño que a alguien real con el que me hubiera cruzado. Sé que había algo más que su cara, su color, su estatura, sus proporciones y su porte. Con los años, me he cruzado con otras, hasta que algo dentro de mí, el piloto automático que busca razones, halló la clave. Encontré mi patrón de lo bello en unos rasgos físicos y de comportamiento que me eran muy queridos desde la infancia. ¿Por qué cuando trato de hacer un inventario de las cosas bellas con las que me he encontrado en la vida, estás se me mezclan con las que he amado? Es como si los conceptos de lo bello y lo amado hicieran una amalgama en nuestra memoria, sabiendo que si bien son distinguibles, tuvieran relaciones estrechas entre ellos. Sin embargo, ¿Qué hay en lo profundo de los hombres que puede encontrar algo bello también en lo novedoso y desconocido? Debió ser muy sorprendente para los primeros colonizadores españoles encontrarse con esas mulatas hermosas surgidas del cruce “impuro” de su sangre con los indígenas. Sabemos, también de las preferencias que tienen las damas europeas por esos morenos mezclados nacidos en estas tierras. Al conocer la historia de Inés de Atienza, no dejo de reconocer semejanzas con la historia de Inés de Hinojosa. Otra bella Inés que desvelaba hombres. Ser mulata, bella y adinerada en una época tan salvaje era muy peligroso.
Disfruté mucho la novela de William Ospina con la que cierra una trilogía que le deja a uno impregnado el espíritu de la sangre indígena derramada por la codicia; con la atmósfera llena de creencias desbordadas en historias religiosas y promesas de riquezas esquivas; con los colores, olores y sensaciones de la selva espesa y los rios portentosos; con los destellos de amor y valentía de unos pocos. Muy impresionante el fragmento donde se cuenta la historia de la Gaitana. Siente uno curiosidad por la energía que encierra ese nombre. Que esta persona haya tenido la capacidad de convocar fuerzas tan grandes para oponerse a los invasores, e inducirlos a adoptar métodos militares efectivos, a pesar de que estuvieran por fuera de sus costumbres y creencias. Debe ser por la vergüenza que sentían los españoles, al tener vedada por tanto tiempo el sur de lo que hoy es el Huila, que esa historia no es tan conocida.
Muy recomendada toda la saga de Ursúa.
LA SERPIENTE SIN OJOS
Por William Ospina.
Fragmento donde se narra la historia sobre la Gaitana. Espero no estar abusando de William.
…Había en el Perú un hombre viejo llamado Pedro de Añasco… que capturó al jefe de hombres Timanaco, el hijo de la Gaitana, y lo quemó vivo ante los ojos espantados de la madre, por no haber acudido pronto a su llamado.
Todo el mundo recuerda en las fuentes del Yuma, que hoy llamamos el río de la Magdalena, cómo aquel conquistador hizo prisionero a Timanaco, que tenía dieciocho años, y ante los hombres pez y a la vista de la madre lo sometió a tormento, hasta cuando el joven, que era fuerte y amable y estaba destinado a ser rey, quedó convertido en un carbón ensangrentado.
La Gaitana, una mujer valiente y poderosa, recorrió indignada las tierras de los yalcones, desde las lagunas donde nacen los ríos, por el cañón de selvas verticales donde se separan las cordilleras, junto a los abismos donde las caras de piedra miran caer cascadas sucesivas, y por los valles y colinas de ceibas y de chachafrutos, de plantas de chaquiras y selvas de acabas y de cámbulos, y llamó a gritos a la insurrección. Apoyada por el jefe Pigoanza reunió bajo su mando una tropa de seis mil guerreros indios y se lanzó contra los españoles.
Hay que saber lo que hizo la Gaitana para entender hasta dónde puede llegar el furor de una mujer de estas selvas, porque avanzó con miles de hombres desnudos armados de flechas y lanzas y macanas, y cuando fue repelida por los enemigos, recorrió nuevamente las tierras convocando a timanaes y piramas, a guanacas y paeces, a andaquíes y pijaos, y reunió más de doce mil guerreros para vengar a su hijo y exterminar a los invasores.
Aunque iban en su campaña ritualmente los hombres pez y los hombres venado, los hombres tapir y los hombres pájaro; y atrás con sus diademas de plumas los hijos de la luz, y caminando entre ellos con conjuros y cuencas, con semillas y cascabeles los sacerdotes del jaguar, con amenazantes collares de colmillos, cubiertos de pieles amarillas llenas de manchas, y los sobrinos del colibrí y los nietos del viento, y coros de hijas de la trucha que acompañaban al ejército cantando maldiciones y trayendo el casabe y los cántaros del sacrificio para cocinar los corazones de los demonios muertos, y cuchillos de piedra labrados con lajas de las cabeceras del río, que conocen el agua de los remolinos y son los únicos que pueden obrar los grandes castigos, obtuvo permiso de los chamanes para que los indios utilizaran cosas de metal arrebatadas a los españoles, y allí por primera vez en las Indias un ejército nativo utilizó contra los españoles muchas espadas de España.
Y la Gaitana comandó aquel ejército en combates feroces hasta encontrar en Timaná al malvado Pedro de Añasco. Todo el mundo sabe que la propia cacica se abrió paso entre las tropas y se apoderó con sus manos del capitán Añasco, y cuando lo tuvo solo y vivo entre los cadáveres de muchos españoles, rodeado por la multitud de indios, le rompió los ojos, hizo que le perforaran la garganta, bajo el mentón, y pasó un lazo que le salía por la boca y lo llevó uncido a su cortejo por todos los pueblos. Con el cuchillo más filoso de los cantiles del río obró esa mujer su venganza, y Añasco el cruel, entumecido y sangrante, fue arrastrado hasta la muerte por todas las tierras que iban a ser el reino del muchacho, para que hasta las piedras y los árboles recordaran el tormento.
En vano Juan de Ampudia, que había nacido en Jerez de la Frontera, que estuvo en Nicaragua con Belalcázar y en Panamá con Balboa y en Cajamarca con Pizarro y con mi padre y con Blas de Atienza, vino después a pacificar a esos pueblos enfurecidos: en una batalla de las grandes murió con el cuello atravesado por una lanza india, y sus hombres le dieron por sepulcro las aguas del río.
La Gaitana no se sintió satisfecha con la venganza que había logrado sobre Pedro de Añasco, y reunió después más de veinte mil indios, y expulsó por años a los conquistadores de sus valles de ceibales y del nudo de montañas de los andaquíes, los que vinieron de la selva, los que hablan las lenguas del río, el tinigua, el kamsá y el cofán, los que saben el secreto del bejuco andaki, que abre los ojos para ver la noche, y que descubre y libera a los que están escondidos en las piedras.