TERCER PUESTO


La carrera de diez kilómetros está dentro de las competencias de mayor popularidad.  Los mejores tiempos registrados en el mundo están en menos de los treinta minutos, y en Colombia, sólo el cinco por ciento de los corredores logran cubrir esa distancia en menos de cincuenta.  Así mismo, es muy normal que a otro cinco por ciento de corredores, les tome más de noventa minutos completar el recorrido.

Para alguien que no es muy deportista, y contando que no se tenga algún impedimento físico, una preparación para la competencia toma cerca de doce semanas.  Para los detalles del entrenamiento Internet abunda en recomendaciones que pueden ejecutarse con muy buenos pronósticos.  Y eso fue lo que hice en febrero, cuando, por iniciativa de mi hijo y mi hermano Fabio, resulté inscrito en “Corre mi Tierra”, que se lleva a cabo en abril, en Medellín.  El evento es muy popular, como pude darme cuenta por la avalancha de información que empezó a llegarme luego de la inscripción.

A la rutina de caminada, que practico diariamente, le llegó el momento de imponerle una de trote.  La motivación de no aparecer entre el cinco por ciento de la cola de los casi quince mil participantes, fue suficiente para aumentar la frecuencia y la intensidad del entrenamiento.   Mientras troto suavemente por las calles donde vivo, recuerdo las múltiples veces en que he practicado una actividad deportiva.  Por ejemplo, cuando me di cuenta que era negado para las actividades de equipo en las que hubiera contacto.  Que tampoco me va bien en los temas de fortaleza física, y quizá por eso decidí abandonar el ciclismo de montaña a pesar de que durante mucho tiempo lo tomé casi como una religión.  Algo parecido debe pasar con la natación, porque, aunque lo he intentado en varias oportunidades, nunca he logrado una temporada de práctica importante.  En las actividades en las que la velocidad de respuesta es el caso, sin embargo, creo que pudo haber futuro:  siempre me fascinó ese tiempo monótono que transcurre dándole golpes repetidos a un ping pong con potencia y precisión.


En medio del entrenamiento para el gran evento de abril, apareció la oportunidad de calibrar cómo íbamos en la preparación.  En la Ceja, Antioquia, se convocó a un evento atlético llamado la Carrera de la Mujer.  Como acondicionamiento adicional, decidimos hospedarnos desde un día antes en La Unión.  La diferencia de altura entre Medellín y La Ceja es de unos ochocientos metros.  La Unión nos ayudó con unos trescientos metros adicionales.  Ya el día de la competencia todo empezó con una mañana muy fría.  La animación del evento y los colores rosados intensos fueron dándole el calor al cuerpo que el ambiente le negaba inicialmente.    Los primeros en salir fueron los competidores de quince kilómetros.  Entre ellos había los característicos personajes esbeltos, requemados y fibrosos que se toman este tipo de competencias como un trabajo del que viven.  Luego seguimos los de diez kilómetros, un poco más relajados, aunque, no menos retados.  Después vendrían los de cinco.   La señal de salida llegó, e instintivamente decidí iniciar con una marcha moderada que me ahorrara energía lo más posible.  Sabía que la diferencia de altura podría aparecer cobrándolas todas.  Correr te induce a un estado de meditación.  A pesar del calentamiento previo, puedes sentir como los músculos de las piernas se resisten inicialmente al esfuerzo que les estás imponiendo.  El calor va subiendo gradualmente, y cada coyuntura se hace sentir hasta que, volviéndose imperceptible, se une a la danza de las zancadas.  Cerca de los dos kilómetros ya tenía una certeza de lo que estaba pasando en mi cuerpo.  Mi ritmo cardiaco estaba relajado, mi respiración tranquila y la energía en mis piernas parecía abundante.  Mi cabeza estaba arriba, contemplando a lo lejos el bello y fresco paisaje urbano del Valle de San Nicolás, un poco limitado por la falta de mis gafas, que había decidido dejar para trotar más cómodo.  Las zancadas seguían cadenciosas, y en esa recta prolongada que se acerca al parque desde el sureste, mi cabeza flotaba, unas veces contemplativa, y otras, soñadora.  Sin embargo,  llegó un momento muy repentino en que la provisión de poder se desvaneció.  Sentía el motor de mi cuerpo pidiendo una parada.  No era mi respiración.  Era la conocida debilidad de mis piernas y cadera que demandaban detenerme.  A partir de ese momento, supe que tenía que soportar el dolor para mantener el ritmo, y que el disfrute ensoñador del comienzo había dado paso a una pasión.  Ya no era cadencioso el ritmo, más bien se tornó torpe.  Sin embargo,  al dar vuelta en una de las esquinas, pude ver a los lejos, el rosado intenso de los grandes arcos inflables de los patrocinadores que marcaban el lugar de llegada.   Una energía extra surgió dentro mí, quizá el imperativo de aparecer bien en las cámaras y ser digno de los aplausos de los que, parados a los lados del lugar de llegada, animaban a los corredores.  La nueva energía sirvió incluso para aumentar la velocidad en el tramo de llegada.  Los gritos de los curiosos me embriagaban y estaba decidido a pasar por esa zona como el corre caminos.  En la meta, estaba una mujer esperándome con la medalla en las manos.  En un gesto como el de los toreros con las muletillas, quería ensartarme la medalla a penas pasara la línea.  Mientras mantuve mi marcha, entendí que había un malentendido.  Esquive a la mujer de la medalla y seguí de largo.  Otra chica me alcanzó unos metros después y me indicó que la ruta de mi categoría era por otro lado.  Me devolví un poco confundido y enruté mis zancadas hacia otra vuelta dolorosa.  Por ahora sólo llevaba cinco kilómetros.  Cuando abandoné la zona ruidosa de la llegada y doblé una esquina, pasé al modo de caminada.  Así me mantuve mucho tiempo, hasta que después de muchos minutos, supe que estaba nuevamente cerca y retomé la marcha de trote para rematar en la meta, esta vez sí, en la categoría que me correspondía.  Mi hijo hacía mucho que había llegado, sin embargo, se devolvió, y se unió a mi entrada a la recta final.


En el momento de los anuncios de los ganadores en la categoría de diez kilómetros, mi nombre apareció en el tercer puesto, con un tiempo de treinta y nueve minutos.  Ahí estaba la oportunidad de no aparecer en la cola de las comadres y barrigones del cinco por ciento.  Sin embargo, me acerqué a los organizadores y discretamente les expliqué lo ocurrido.  El daño estaba hecho: un corredor que se había esforzado mucho había perdido su reconocimiento.  


Había olvidado que para quienes estamos comenzando en el tema de las carreras no es  recomendable enfocarse en distancias y tiempos.  Es preferible tomárnosla con calma y, a nuestro propio ritmo, disfrutar el proceso.  Además, al ir en la cola a veces no es tan malo.


El objetivo de la carrera en La Ceja estaba cumplido.  Ahora queda recoger lo aprendido y seguir la preparación para abril.

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