EL PODER DEL PERRO


Un ejercicio hipertextual.


Siento fascinación con las historias basadas en la función del neocórtex de los personajes.  En el cine, las escenas de acción gobernadas por los cerebros límbicos y reptílicos son lo dominante, por eso considero refrescante encontrar una demostración de complejidad, paciencia y determinación en el cine pirotécnico de nuestros días.  


No puedo pasar por alto la relación entre lo expuesto en la película “El poder del Perro” y lo discutido por Carl Sagan en su libro “Los Dragones del Edén” cuando describe el modelo del cerebro trino, desarrollado en los setenta del siglo pasado por Paul MacLean.  Es un modelo viejo, discutible, pero sencillo y útil que nos ayuda a explicar la naturaleza de los comportamientos.


Como no soy neurólogo, me puedo meter en camisa de once varas tratando de explicar las diferentes motivaciones que pueden estar detrás de algunos comportamientos.  Pero sin serlo, puedo expresar las impresiones que me llegan cuando aprecio un Pollock comparadas con las que me genera la contemplación de un bonsái.  Alguno dirá, con razón, que hay sesgo generado por mi deficiente formación artística, o que hago una comparación indebida, sin embargo, aventuro a afirmar que las hormonas que llevaron a la concepción de una obra, se generan en unas motivaciones personales muy diferentes de la otra.  Es más, sin que haya sido intencional, siento que no es casual que una obra sea producto de la superficial cultura norteamericana, y la otra de la ceremoniosa cultura japonesa.


Cuando ves las imágenes en “El Poder del Perro”, sientes la invitación a la contemplación que hace Jane Campion.  Mi primera aproximación a la película chocó con eso.  Creo que si en vez de una película, se hubiera tratado de una pequeña escultura de porcelana, la hubiera  estropeado debido al adormecimiento sensorial que sufro por estar acostumbrado a manipular muñecos de Marvel.  Como su historia, la película no responde a impulsos o sentimentalismos.  Quiere contarnos algo hermoso y se toma el tiempo, sin ahorrar detalles para compartirlo.    Nos sumerge en el tiempo y el ambiente de su historia, para dar el giro final que nos desconcierta.  Con el título, nos reta la imaginación, que trata de encontrar la relación entre el suceso perturbador que nos presenta, y una síntesis esquiva.  Porque ¿qué más es el título de una película, sino la idea esencial, de lo que trata?  Leí completo el Salmo veintidós para entender de qué se trataba el asunto del versículo veinte:  la certeza me estremeció cuando tuve luz sobre la complejidad, paciencia y determinación que había presenciado.  


Mucho cuidado debemos tener con quienes cabalgan bien el caballo brioso del ego.  Líbranos señor del poder de esos perros.

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