PRUEBA DE SONIDO
Aló... aló... aló...
... Soy consciente que hace largo tiempo no uso este canal, y que es muy difícil que alguien esté al otro lado esperando por años un contacto incierto. Me quedé callado luego de advertir el persistente silencio a mi alrededor, pero manteniendo siempre el oído aguzado, atento a cualquier señal.Aló... aló... aló... ...siempre es lo mismo.Recuerdo que hubo un tiempo de imágenes gloriosas muy claras, emociones intensas y múltiples colores. Era una continua película sobre dioses, ángeles, demonios y frágiles hombres que se desenvolvían en medio de una banda sonora dominada por hipnóticos cantos gregorianos, las historias tristes de Julio Jaramillo, las suaves melodías de Richard Clayderman, y la lírica del padre Zezinho que impulsaba el entusiasmo por la fe. Tenía el convencimiento de estar protegido. Veía evidencias de eso en la fuerza oportuna que cambiaba el rumbo fatal de mi destino, o llenaba de alegría mis pequeños momentos. ¿Quién más podría ser la que detuvo la veloz volqueta a centímetros de mi cuerpo infantil ubicado en el carril equivocado en la autopista?; muy seguro era la misma que me dio por ángel guardián una abuela alcahueta que hizo de los años de mi primera infancia los más felices de mi vida; la misma fuerza que hizo que encontrara rápidamente el piso donde pararme cuando caí de cabeza en el estanque donde se acumulaba la boñiga de un hato vecino; la que me puso en un barrio con estilo de vida rural, para que jugara con gusanos de muchos tipos, conociera plantas con olores y sabores diversos; y fuera amigo, o enemigo, de numerosos vecinos y perros; varias veces esa fuerza protectora sujetó mis zapatos cuando caminaba ingenuo por el mohoso techo de zinc del tercer piso de mi internado; y debió estar también en el criterio acertado del viejo médico que diagnosticó la apendicitis que me arrastraba en término de horas a la obscuridad.Pero, con el paso de los años, mis intereses cambiaron, y se hicieron cada vez más frecuentes los conflictos con las reglas. Empezó a aparecer en mi mente la imagen perturbadora del fuego de la condenación eterna. Afortunadamente, ese tiempo de estrés duró pocos meses. Ya estaba avanzada mi adolescencia y llegaron las dudas y las búsquedas intensas. Los textos con los que me educaba empezaron a dejarme insatisfecho por lo que tuve que dejar algunos discursos porque empezaba a faltarme la convicción en los argumentos. Me alejé de ciertos grupos sociales porque iba perdiendo la identidad con sus propósitos. La banda sonora de mi vida se enriqueció con una mezcla de rock ochentero y heavy metal que no entendía, pero me fascinaba, y la melosa nueva trova que exaltaba la vida, a la vez que me involucraba en luchas que poco a poco dejaron de parecerme ajenas.En las novelas, que devoraba ansioso, conocí de otras historias en las que amé intensamente; incluso el odio me pareció noble alguna vez; fui engañado y también correspondido; como trabajador del campo en Siberia, hablé vívidamente con la mujer que pasaba por mi tierra buscando información sobre un viejo prometido que se perdió en la guerra, y mi corazón, partido en mil pedazos, la dejaba ir sin decirle que ese desfigurado campesino era el mismo hombre que tanto amó; viajé por lugares fríos, cálidos, por desiertos y selvas espesas; caminé por calles de ciudades increíbles y colonias de otros mundos con tramas llevadas a escalas planetarias; viví la guerra batallando de forma valiente, o huyendo, o capturado sufriendo los peores castigos; sobreviví a la peste y al dolor de perder amigos y seres queridos por montones; transformé mi espíritu reflexionando más profundamente sobre mi papel en la vida; fui testigo de grandes intrigas, de bellas e inteligentes conversaciones, horrendos crímenes, y el sufrimiento inexplicable de millones; conocí otras explicaciones sobre aspectos que creí estaban debidamente entendidos y logré ganar un panorama mejor de lo que me rodeaba; todo eso mientras las imágenes de mi infancia se hacían cada vez más lejanas y el silencio del universo cada vez más desconcertante. Con los libros, me fui dando cuenta que la vida, tanto de los individuos como de la especie humana, es el proceso interminable de ir mejorando la profundidad de las mismas preguntas.Cuando la veloz volqueta volvió, se llevó toda la parte delantera del carro en el que me transportaba, dejándome claro, otra vez, el significado de una fracción de segundo. Y nuevamente, lo que significa una fracción de tiempo, vino en forma de una bala perdida que encontró su destino en la rodilla de una amiga con la que hablaba en el parque mientras mi hijo con cinco años correteaba cerca a nosotros. Ya no eran fuerzas protectoras las que estaban al rededor mío; era el juego del azar que me mostraba la buena racha que me acompañaba y de la que soy consciente que en cualquier momento puede abandonarme. Cuando una vez quería improvisar un mirador de la ciudad en un altísimo tanque de agua, conocí la responsabilidad en la voz de un celador, que alarmado con mi imprudencia, hizo que desistiera de seguir subiendo una escalera, justo antes de que la fuerza de mis brazos me abandonara en el tramo más alto e imposible. Supe del amor, además de mi abuela, al compartirlo con la mujer honesta que le basta con quien soy. Vi cómo danzaba ante mis ojos la muerte cuando temí ser confundido por un comandante paramilitar que buscaba mi nombre en una hoja de cuaderno. Con un amigo conocí la empatía cuando me animaba a seguir con mis estudios, y luego me ofrecía una poética y musical amistad inmune a las circunstancias; con otro conocí el dolor intenso de una muerte que creí prematura. En un momento me aferré a la esperanza, que crecía a medida que mi fe se iba desvaneciendo, y luchando por no perderme, ubicaba el lugar de la fuerza protectora en los conceptos filosóficos extremos; convenciéndome con la imposibilidad natural que tenemos los hombres de abarcarlo todo. Pero ese ser se mantenía en la sombra; indiferente; siempre lejos del entendimiento; infinitamente silencioso.Estos días la banda sonora de mi vida tiene una mezcla clara entre Pink Floyd, Vangelis y Joaquín Sabina; aunque exploro de forma permanente otros sonidos antiguos y nuevos, y disfruto, inexplicablemente para mi esposa, de los arreglos disparatados de los Les Luthiers. Ahora estoy en un tiempo de una consolidada certeza. Después de muchos años sin fe, de sentirme infinitamente pequeño, la esperanza se desvaneció y me quedé aferrado solo a la caridad, que había ignorado por tanto tiempo, aturdido a veces por una soledad infinita. La búsqueda por más luz se intensificó, pero con otro objetivo. Me queda la maravilla de todo lo que hay por conocer y el difícil reto de ejercitar disciplinadamente la caridad. Trabajo en hacer bien la tarea de la vida, para que en el momento, ya cada vez más frecuente, de asumir las duras pérdidas, o de irme, pueda contar con que dignifiqué el regalo de la vida. Es mi antídoto para la ansiedad ante los eventos que no controlo; mi defensa para recibir el impacto de la cambiante realidad, indiferente con mis planes, trabajos y afectos. Sé que no hay esperanza de encuentros futuros con aquellos que voy dejando por la vida, pero sí la satisfacción de haber hecho el mejor esfuerzo por disfrutar esta coincidencia de lugar y tiempo infinitamente improbables.Aló... aló... aló...... Por un momento creí escuchar algo.
