...Y VOS ¿QUÉ VAS A HACER PARA CAMBIAR ESO?

Puedo afirmar que Henry continúa vivo aunque hace muchos años no sé nada de él.  Y también estoy seguro que continuará vivo muchísimos años más, porque siendo profesor, es de esas personas en las que es más palpable la sentencia de que “un hombre es todos los hombres “.

En el tiempo del colegio, a comienzos del grado once, nos informaba Henry que iba a ser nuestro profesor de comportamiento y salud, filosofía y religión.  ¿Cómo podría encargarse alguien de temas tan incompatibles?  Mi juventud se emocionaba anticipando la adrenalina de las intensas discusiones que vendrían, recordando lo que en décimo grado me había costado  tantos problemas con la profesora Estela en las clases de religión.  La profesora exponía los temas sin darse cuenta de las preguntas que motivaba en sus alumnos y que a medida que avanzaba el programa se iban poniendo más difíciles.  Las discusiones subían de tono y un “¡No le hagan caso a esos ateos!” llegó a gritar, descompuesta, a mí y a otro compañero, cuando se vio acorralada por las preguntas. Aunque su exagerado señalamiento nos avergonzó, confieso que nunca pude recuperarme del estado de escepticismo de ese tiempo.  

No puedo recordar todo el detalle de lo visto en las clases de grado once, o de lo que exactamente se argumentaba, pero sí recuerdo mi intriga sobre cómo el profesor Henry llevaría las cosas.  La oportunidad de abrir el debate llegó con el encargo de un ensayo sobre uno de los cuatro evangelios.  Escogí el de San Juan, siempre me pareció muy poético, aunque hubiera podido ser otro, porque mi objetivo fue plantear la brecha entre las explicaciones que se daban en los púlpitos acerca del texto y la realidad que atestiguaba a diario.  Recuerdo que hice un énfasis obsesivo en lo último.  Gasté mucho papel y tinta exponiendo ejemplos con los que trataba de demostrar lo inútil que era un mensaje que no generaba un cambio profundo en las personas; recordaba la corrupción, la envidia , la traición y trataba de enfatizar más con escandalosos ejemplos en los que algunos curas actuaban como ovejas perdidas.  Sin duda muy parroquiales los ejemplos, pero hay que tener en cuenta que era la visión de un hombre de diecisiete años que no conocía mucho más.  Cuando tiempo después recibí el resultado de mi trabajo no podía creerlo.  Saqué una nota perfecta.  No era posible. ¿Ese man no se daba cuenta que yo estaba inconforme con lo que estaba encontrando en la religión y que además quería perder esa materia donde se hacía apología de una doctrina en la que se inducía a la gente a llevar una doble vida? 

Días después, profundizando en el análisis de las mismas temáticas, llegó el choque verbal que tanto estaba esperando.  Quizá solo quería dejar claro que la pluma que había usado en mi ensayo estaba bien respaldada; me comporté como una oveja indignada y con el tono alto quise protestar por los contrastes descarados que eran acentuados por las creencias religiosas; me era detestable percibir tanta incoherencia en la sociedad y reclamaba que no se continuara estudiando la religión con un enfoque que se mostraba incapaz de aportar algo práctico para la vida.  Terminando mi intervención, Henry me interpeló suavemente con la pregunta que nunca olvido y que me fatigó durante tantos meses; me costó mucho tiempo entender que había una forma de salir de ese torbellino de reproches que me motivaba el contraste entre el idílico “deber ser” y la cruda realidad; esa pregunta de Henry me bajó el tono de la voz desde entonces y me invitó a ser más humilde, mostrándome que más que asistentes y críticos de las obras que se presentan en el teatro de la vida somos los actores principales.

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