EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
“La conquista de la tierra... no es nada
agradable cuando se observa con atención”.
El Corazón de las Tinieblas. Joseph Conrad
¿Cómo?
¿Para saber qué dice un libro debéis leer otros?
El Nombre de la Rosa. Umberto Eco
En estos días le di una nueva oportunidad a la novela de Conrad que hace unos años había pasado por mis ojos sin impresionarme. Tengo la traducción de Juan Gabriel Vázquez, a la que llegué, creo, por una recomendación en la solapa de otro libro que también disfruté mucho, El Cándido.
Además de mi propio volumen, hace unas semanas estuve hojeando otras versiones, entre ellas, una copia gratis disponible en internet. Uno de los libros que encontré me llamó bastante la atención porque incluía una corta biografía del autor. Sin embargo, al comenzar la novela noté algo extraño, como una necesidad frecuente del diccionario, un lenguaje innecesariamente complejo. Lo mismo ocurrió con la versión digital. No recordaba esa experiencia la primera vez que lo leí. No es raro que deba revisar algún término, soy montañero y, por tanto, se me escapa la jerga de los marineros. Proa y popa apenas me confunden más que derecha e izquierda. Pero en este caso no es importante, el discurso del libro no se afecta, no es como cuando la inocente confusión ocurre en un cruce difícil, en un viaje por zonas desconocidas. Aprovechando la versión libre, leí en paralelo varias páginas de la novela, sorprendiéndome gratamente con lo logrado por Gabriel. Este libro de angosta es un buen ejemplo de cómo una traducción puede facilitarnos el acceso a un texto; claro está, que también puede pasar lo contrario.
Mientras leía, recordaba los escenarios evocados en La Vorágine y en El Sueño del Celta, que también son ricos en las descripciones del entorno selvático, los viajes fluviales y las situaciones terribles descritas, además del contexto colonial y sin ley en que se desarrolla lo ocurrido. Esos libros plantean situaciones ocurridas hace más de un siglo que, quisiera uno, llegaran a nosotros como ecos de un pasado vergonzoso, pero, desafortunadamente, no es así. Hay hombres en esas mismas condiciones hoy en día sufriendo con crueldad la depredación de otros a escalas inimaginables. Como en esos tiempos, las historias en informes especiales, documentales, películas, libros famosos o reportajes periodísticos sobre lo que ocurre en los lugares donde lo más oscuro de la condición humana se expresa, se confunden con los mitos, las fantasías literarias y suenan como noticias lejanas, cuando en realidad son condiciones muy cercanas, incluso promovidas por nuestro estilo de vida.
El libro me permitió contemplar un racismo crudo, acciones que te erizan, llenas de desprecio por los otros. No solo a través de las descripciones que los personajes hacen de los demás, entendibles por las caracterizaciones de colonos del siglo XIX, sino que el texto tiene una atmósfera de racismo propia del autor, aunque algo suavizada por su protesta velada hacia el colonialismo. Como producto de su tiempo, Conrad expresa una incapacidad de imaginar la visión del mundo que tienen los Africanos. Su libro es un instrumento con gran alcance, que refuerza la posición de su cultura, y es notable viniendo de un polaco que llegó como un joven extraño a abrirse paso en la zona más occidental de Europa. La narrativa relega a las gentes nativas de África a un papel accesorio, subrayando repetidamente su condición “salvaje”. Cuando un negro se destaca, se le degrada a nivel de criatura curiosa, con unas pocas frases y el texto se extiende en el esfuerzo que empleó el laborioso europeo para entrenar al nativo. Algunos pasajes recuerdan la historieta de Tintín, el blanco bueno y generoso que en su viaje de trabajo al Congo le da bala a casi todo lo que se mueve; Hergé muestra a los africanos como unos salvajes ingenuos, ignorantes y perezosos, mientras su protagonista sobrevive a situaciones absurdas gracias a su inteligencia y audacia. En El Corazón de las Tinieblas aparecen los mismos prejuicios, mezclados con las desventuras, pasiones y sentimientos profundos; los tenaces europeos luchan por sobrevivir en un ambiente salvaje con visos demoníacos.
La historia atrapa a quien la lee y lo sumerge en una atmósfera compleja, exuberante, inquietante. Es admirable la capacidad de Conrad para describir el paisaje y el cambiante estado del tiempo. Subí por la gran serpiente en el pequeño, frágil y ruidoso vapor, sintiendo el avance de cada lentísimo kilómetro, y en medio del hedor de la carne podrida de hipopótamo. Por momentos, la neblina cubre las páginas del libro, el calor húmedo sofoca y los moscos pican el cuerpo a medida que se avanza en las descripciones.
El lector es arrastrado hasta el final con una expectativa sobre el personaje principal, que apenas aparece, y cuya grandeza se lleva a niveles sublimes en cada oportunidad. Un personaje sin límites, sin escrúpulos, para lograr su objetivo en la vida, pero con un final trágico. Sin embargo, lo considero un humano reconocible. En estos días vemos, o sabemos, de que abunda la gente así. Son de esas personas que viven en el mito, seres excepcionales envueltos en un aura poderosa. Aparecen en nuestras pantallas empujando nuestras vidas a sus intereses. No se les niega mérito por el esfuerzo empleado, pero, mirados de cerca, no son diferentes al resto de los mortales. Son seres inflados por las narrativas, ficciones necesarias para alimentar la esperanza de las masas y reforzar la fe en las estructuras sociales. Claro está, ya no es necesario colgar cabezas en la entrada de la choza, ahora los métodos de intimidación son más sofisticados.
Tengo en mi mente el caminar fantasmal de una multitud de negros que mueven objetos de un lado a otro. Agobia pensar en la gigantesca mortandad de humanos y animales detrás del codiciado éxito comercial del señor Kurtz. ¡Qué horror!
Un personaje singular es Marlow. Es de esos hombres conscientes de las acciones atroces que hace el hombre que admira, pero tiene la capacidad de comprender el contexto en el que opera y la valentía de ayudarle a abandonar el lugar que explota con tanta obsesión. Las jerarquías morales se desdibujan: un hombre malvado es objeto de misericordia y, además, busca con todas sus energías ser digno de amor. La acción de Marlow por proteger al monstruo no fue perfecta, pero al menos evitó que sus enemigos lo enterraran vivo en un hoyo fangoso, a pesar de que la amenaza también lo incluía a él. Fue admirable cómo remató la historia, sin apego a los hechos, alimentando generosamente a los espíritus hambrientos de significado.
El libro me tocó profundamente. Fue una segunda lectura sorprendente. Puede ser porque me encuentro sensible por el retorno de la legitimación de ideas y prácticas bárbaras. Puede ser que me gustó mucho que, con gran maestría, y sin mencionarlo directamente, Conrad ofreciera una ventana para atestiguar un pedacito del crimen impresionante que Leopoldo cometió en el Congo, un modelo de negocio que se exportó a otros lugares, con consecuencias miserables que aún resuenan y que, a pesar de eso, algunos líderes actuales intentan imitar.
Al concluir el libro, siento que al fin me encontré con la forma de contar de Conrad. En mi biblioteca tengo otra historia, Nostromo, que es la gran novela inglesa del siglo XIX, dice la solapa. También será un segundo intento, luego de que, hace varios años, mi paciencia no alcanzó.