CUÁNTICO


Omnia exeunt in mysterium

Es frustrante la sensación que genera algo que, al tratar de atraparlo, se nos escapa una y otra vez. Quizá algunas personas tengan la experiencia con un pez; otros, en la cocina, tratando de separar una yema de su clara.  Pero, para estos ejemplos, ante la determinación de hacerlo, encontramos el método para capturar el baboso objeto.  Sin embargo, hay un nivel más que aparece entre las cosas escurridizas, aquellas que después de muchos intentos, llegan a convencernos de que no hay manera, que es mejor aceptarlas como son; que no hay forma de apropiarlas.  Una de ellas es el concepto de cuántico.  


Hace más de cien años, cuando se trabajaba en mejorar la comprensión de la transferencia de calor, se supuso que el fenómeno de transferencia se daba mediante paqueticos de energía, a los que se llamó cuantos.  Aunque el concepto ya era usado, cada vez fue mejor aceptado, y se fue volviendo más complejo a medida que se hacían nuevos descubrimientos alrededor de las partículas que conforman los átomos, y con el tiempo, se fue adoptando el término de física cuántica para describir esos fenómenos.  Desde entonces, cuántico, sigue siendo una palabra compleja de definir, y fácil de abusar de ella.  Representa el límite de lo que es descriptible de forma intuitiva, por lo menos en este tiempo; la evidencia de que nuestra razón no puede generar una imagen completa de lo que pasa en lo muy pequeño.  Es como una invitación a aceptar con humildad que lo extraño y lo paradójico se encuentra entre nosotros.  Y aquí es cuando, llegados a este tipo de certeza, debemos estar alerta a los que abusan, acomodando conceptos extraños y paradójicos que pasan en otros órdenes.  Ahora, además del agua bendita, los baños de limpieza amargos y dulces, los cuarzos energizados y las góticas homeopáticas, podemos comprar, por litros, el agua cuántica.  


Quise abordar el tema usando el ejemplo de dividir un objeto hasta llegar al nivel de un átomo individual, pero en el proceso de afinar la metáfora me di cuenta de que en YouTube abundan ejemplos bien elaborados que ayudan con la idea.  Por lo que pasé borrar prácticamente la mitad de lo que llevaba escrito.  Eso sí, sin dejar de asombrarme por el bajo número de veces que es necesario partir algo a la mitad para pasar del orden de centímetros a dimensiones atómicas.  Usando la imaginación, podemos emprender un viaje hacia lo diminuto.  Desde un objeto del tamaño de nuestra palma, nos podemos ubicar en uno de sus infinitos átomos.  Supongamos que uno de ellos es el de hidrógeno, que puede describirse como una estructura esférica.  Una bolita gaseosa, sería una primera aproximación a su apariencia.  En su centro sabemos que hay un núcleo con un tamaño un millón de veces más pequeño, conteniendo más del 99.9% de la masa de toda la estructura.  En los alrededores, en alguna parte, lo que llamamos electrón.  


Imaginemos ahora que el núcleo del átomo de hidrógeno, el protón, fuera del tamaño del Sol.  No es una metáfora original, porque llevamos casi un siglo abusando de la representación planetaria para hacernos una idea de lo que pasa en los átomos.  La frontera del átomo estaría ubicada a una distancia cuarenta veces más alejada de la que, en promedio, está Plutón.  La metáfora hasta ahora funciona bien, porque, como pasa con el sistema solar, casi el 99.9% de la masa total de este sistema está en el centro.  Sin embargo, viene algo raro: el electrón no es un cuerpo diminuto orbitando a la distancia, describiendo una elipse, como lo hace Plutón; esta partícula, como la llaman los físicos, es una manifestación que no tiene volumen, aunque sí masa, y puede estar en cualquier parte del espacio esférico del sistema; es más, podría estar en cualquier parte del universo, sólo que es más probable que se ubique en una zona alrededor del centro.  Las grandes desproporciones entre el volumen difuso del sistema y lo que está contenido en él, hacen que un átomo sea prácticamente espacio vacío. ¿Qué tan vacío?.  Se conoce que cuando se agota la reacción que mantiene activa una estrella, las que tienen una masa del doble del sol, colapsan comprimiendo los átomos, de forma que los electrones se fusionan con los protones formando neutrones.  Esto hace que el tamaño resultante de la estrella sea mucho menor.  Si nuestro cuerpo se sometiera a una fuerza de ese tipo, su tamaño se reduciría al de un grano de arroz.  Un grano de arroz con un peso de setenta kilogramos.  Nos sentimos cómodos con la compresión de los átomos, porque es fácil visualizarla.  Muchas cosas que vemos o ocurren en la naturaleza pasan por el mismo comportamiento.  No hemos visto aún una estrella colapsar, pero al menos hemos disfrutado una uva pasa.  Sin embargo, las partículas de que están compuestas los átomos a la vez que se comportan como cuerpos, también lo hacen como ondas.  Esto es, que pueden describirse como manifestaciones de algo que cubre todo el espacio, y que los físicos llaman campos.  La metáfora que ayuda con esto es la de un gran depósito de agua en la que las manifestaciones las percibimos como olas.  Esto es, que lo que llamamos vacío es sólo un campo sin manifestaciones, pero el campo en el que se genera el electrón,  o el protón y lo demás, siempre está ahí.  Acostumbrados a determinar los componentes de las cosas, como si se tratara del mecanismo de un reloj, de un motor, o algo parecido, un centro rodeado de algo que está en alguna parte, no suena muy concreto.  Acostumbrados a las sensaciones que nos ofrecen los sentidos, desconcierta la certeza de un nivel de vacío tan grande en lo que nos constituye.  Acostumbrados a lo concreto, tenemos problemas para explicar un vacío que no es.  Pero así es el átomo.  Así es lo que nos rodea.


Llegados a este punto, notamos que los verbos se nos agotan.  Ya no es ver, o sentir.  La palabra más usada es percibir.  Así es eso que se manifiesta, y que incluso no es medido directamente, sino a través de otros fenómenos relacionados.  En lo pequeño, somos como el ciego que tantea con su varita esperando el tipo de toque que le confirma que se topó con lo que está buscando.  Einstein murió dándole la vuelta al tema, convencido de que era cuestión de analizarlo más detenidamente para acabar con las determinaciones que el hallazgo encerraba.  Lo que no sabía, o aceptó, es que, al estilo de lo que hacen las abuelas, Dios esconde la llave del cajón donde guarda ciertas cosas.  Se nos olvida que más que animales dotados para el conocimiento, estamos orientados a generar explicaciones que reduzcan nuestra ansiedad, y sobrevivir.  No es importante qué tan acertadas o fantásticas sean nuestras explicaciones sobre lo que ocurre alrededor nuestro, el éxito de nuestra narrativa está en que nos permita seguir adelante.  Por ahora, mientras lentamente avanzamos en la comprensión de lo que pasa, podemos disfrutar de los láseres, los computadores cada vez más potentes, gracias al aprovechamiento de los fenómenos cuánticos, y que prometen todavía mucho más para el futuro.


Por último, es posible advertir una similitud, quizá aparente, en un agujero negro de lo que puede estar sucediendo a escala micro.  Por lo menos en lo que han podido captar las cámaras haciendo uso de recursos, paciencia y laboriosidad pasmosos de los últimos tiempos.  Lo apreciado en la imagen no es el fenómeno en sí, sino el producto de la interacción del objeto con lo que hay alrededor de él: lo registrado es una nube de energía fluctuante.  Asombrosa coincidencia con la representación que encontramos en lo pequeño.  Es como si lo más detallado que podemos acceder a estos fenómenos es una nube difuminada y ondulante en el espacio.  En Suiza, se gastan miles de millones de dólares profundizando la nube pequeña; otros proyectos millonarios operan potentes telescopios para mejorar las observaciones de los misteriosos centros de las galaxias.  Las últimas noticias hablan de que se requieren equipos aún más potentes para poder recoger más detalles, o tal vez, para darnos cuenta de que después de mucho dinero y tiempo, nunca será suficiente.


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Estube reflexionando por varias semanas, sobre lo difícil que es entender lo que sucede a nivel de lo muy pequeño, cuando me enteré del pódcast fantástico "La firma de Dios", y de su programa hermano, "Desmontando la firma de Dios", que me iluminaron algunas ideas.  O al menos, redujeron la ansiedad que genera el tema.


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